245. La jura de bandera

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     ANTES                                                                                                                                               AHORA                                             
Entre los años 1964 y 1986 la presencia de tantos soldados de reemplazo en las calles de Vitoria-Gasteiz fue una importante fuente de ingresos para la ciudad. El 31 de diciembre de 1986 se disolvía el Centro de Instrucción de Reclutas número 11 de Araca. A lo largo de sus 22 años abierto pasaron por sus instalaciones nada menos que 327.451 reclutas, procedentes de todas las partes de España. 4.187 militares profesionales lo dirigieron durante este tiempo.
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Todavía, pasados ya más de treinta años, muchos de aquellos mozos se acercan a la ahora base militar, para recorrer con sus familias entre sentimientos de nostalgia las instalaciones que tantos recuerdos les dejaron. Y cuentan felices las historias de sus 'milis' a sus hijos y nietos. Internet está llena de páginas sobre los veteranos de la mili y muchos todavía se encuentran después de tantos años.

No siempre los recuerdos son tan agradables. Hay quien vivió con un absoluto desasosiego aquel período del servicio obligatorio o quien se negó a ir cuando fue llamado (objetores de conciencia). Y prueba de ello es el libro 'Ardor guerrero' escrito por uno de los mejores literatos españoles actuales, Antonio Muñoz Molina, que estuvo los tres meses reglamentarios de campamento en Vitoria antes de cumplir el resto del periodo en San Sebastián. Con bisturí preciso, una literatura brillante y desoladora pero con una carga ideológica abrumadoramente antimilitarista el gran escritor jienense dedica 64 páginas a describir esos tres meses. Así veía Vitoria, por ejemplo: «Cansados de dar vueltas por Vitoria, aquella ciudad de cielo gris y mujeres demasiado bien vestidas y con caras severas que a muchos nos producía una timidez exagerada por el miedo al ridículo. También habla de los míticos 'Urtain', «en el gueto soldadesco de la Zapatería y la Cuchillería, comíamos, todos, un plato combinado, soñado durante toda la semana, que se llamaba Urtain y que hacía honor a su nombre, aquel pobre boxeador, cuya fama aún no se había apagado al final de los setenta. Era más que un plato el sueño materializado del hambre, como los jamones y los pavos que soñaba Carpanta en los tebeos: dos chuletas de cerdo, dos huevos fritos, una montaña de patatas fritas, pan, vino, gaseosa y postre por 150 pesetas. 

Más descripciones. «Nosotros paseábamos por los domingos fríos y nublados de Vitoria nuestros ropones anacrónicos y la ciudad en el fondo, se correspondía con el anacronismo de nuestra presencia, una ciudad de soportales y miradores acristalados, con parques burgueses y estatuas de reyes godos, con una plaza en la que había un monumento enfático a una batalla de la Guerra de Independencia, con iglesias de piedras góticas empapadas de lluvia, con esa clase de papelerías-librerías un poco polvorientas que suele haber en ciertas calles estrechas de capitales de provincia», narra Muñoz Molina desde el recuerdo de su visión personal e ideológica contraria a las armas.

Aquella capital de provincia estaba acostumbrada a los militares. Vitoria tiene una potente historia de acantonamientos temporales de militares a lo largo de los siglos y de acuartelamientos fijos desde finales del siglo XIX. En 1893 los vecinos de Vitoria se echaron en masa a la calle y provocaron un motín para tratar de evitar que el Gobierno se llevara la capitanía general a Burgos. Era un agravio importante. No lo consiguieron paralizar pero la capital alavesa luchó por mantener lo que consideraba una sustanciosa fuente de recursos económicos. Porque esos ingresos también eran fundamentales en una ciudad de servicios. Aunque es evidente que las ocupaciones de suelo para construir los cuarteles se hacían por expropiaciones forzosas y polémicas como la de Araca, el CIR tuvo un impacto económico fundamental en la Vitoria que se llenaba de inmigrantes y crecía más que ninguna otra ciudad de España por el surgimiento de la industrialización.

Muchos de aquellos soldados después de terminar el servicio militar engordaron las nóminas de las fábricas. Según un informe económico de 1986, aquel campamento dejó en Vitoria 7.600 millones de pesetas de las de entonces. 2.500 millones en nóminas de los cuadros de mando y unos 2.400 millones en los haberes de la tropa. 1.000 millones dejaron los soldados en hogares y cantinas y 479 millones de pesetas era lo que gastaban en sus salidas a la capital de permiso. Solamente en transporte público los reclutas dejaron 500 millones de pesetas. El estudio económico también había registrado solo en obras civiles realizadas por empresas alavesas en el campamento, 352 millones de pesetas. Había datos que llamaban la atención, como las mil barras de pan que a diario se gastaban en las cantinas. Hay que tener en cuenta que el CIR contaba con su propia panadería para el suministro diario de los miles de chuscos (panecillos del rancho).

Había una oficina de correos que cada mes registraba un millón de pesetas en giros para los reclutas. Solamente en gasolina se traía combustible por valor de 60.000 litros mensuales que eran servidos por las gasolineras vitorianas.

Cada jura de bandera, y hubo 107, significaba la llegada de miles y miles de familiares de toda España que llenaban hoteles y pensiones además de restaurantes y bares. Llegó a haber durante los primeros años concentraciones de hasta 5.000 hombres. Multipliquen dos o tres familiares en muchos casos. Una guarnición siempre deja dinero en una ciudad y hoy en día la mayoría de los ayuntamientos luchan por tenerlas. Mueve muchos recursos económicos. Las cifras lo reflejan. Dar de comer cada día a 4.000 personas suponía por ejemplo poner seis ollas a presión de 350 litros de capacidad cada una para hacer unas lentejas de rancho. Si ese día tocaba filete, había que empezar a freírlos a las 10 de la mañana. Las cifras son apabullantes. Los edificios donde se guardaban los víveres ocupaban 3.700 metros cuadrados. Muchos mayoristas vitorianos y bares y restaurantes del entorno de Gamarra pudieron ganar mucho dinero. Aunque el CIR no se creó hasta 1964, Araca había sido campo de tiro y de maniobras para los distintos regimientos vitorianos desde el siglo XIX.

Por el CIR 11 pasaron muchísimos famosos, pero fueron los futbolistas vascos los que llamaban más la atención. Clemente, Igartua, Señor, Zubizarreta, Baquero, entre otros, fueron noticia. También los pelotaris como Retegui o el popular aizkolari Patxi Astibia desgastaron la suela de sus botas en las explanadas de Araca. O el cantante de Mocedades Sergio Blanco.

Muchísimos vitorianos pasaron por Araca antes de ir a otros destinos. Cada uno puede contar una historia diferente. Pero la mayoría de los reclutas que convivieron tres meses en uno de los campamentos más grandes de España procedían de otras provincias. Fue su bautizo en el País Vasco. Una temporada de tres meses que muchos no han olvidado nunca».

(Fuente del texto: Francisco Góngora)  -  (Fuente de las fotografías: Archivo Municipal / Internet) 

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