235. Paseo de la Senda

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     ANTES                                                                                                                                             AHORA                                             
Tendíase desde El Prado, allá donde concluye, hasta la Fuente del Mineral. Era plácida, yacía como en un dulce y encantado reposo, desarrollábase fácil, en curvas apenas indicadas, graciosas; también en meandros suaves, festones, pudiera decirse, irregulares, que adornábanla y la daban aire de grato misterio. Despejada, limpia, como dos cordones verdes, que elevábanse al cielo, la limitaban dos hileras de chopos, la adormecía con su murmurio bullanguero y parlante, un regatillo, que se deslizaba a uno de sus lados.
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Por las linfas del cual se asomaban, primaverales, violetas aromosas y hasta la invernada, porque bastábales un pobre aliento de sol; chiribitas humildes con sus radios níveos y su botoncillo central de jalde.

No la ahogaba, agobiador, el follaje, ni las ramas entrecruzábanse para guardarla misteriosa. Su misterio surgía de su propia claridad y limpieza, de que extendíase franca y sin ocultaciones, púdicamente desnuda, igual que una mujer en su castidad inmaculada encuentra el mejor testimonio de su honra intachable, no era la "escondida senda" del clásico, sino un caminillo de apacentamiento espiritual, de íntima complacencia que sin recovecos esquivos y sin accidentes ostensibles llevaba a la deambulación sin objeto, a la paseata recoleta y tranquila, al meditar peripatético, acaso a los deliquios encantadores del amor que por allí podían voltejear a su placer, aun siendo cieguecillo, sin arriesgarse a caer en quiebras profundas o en temerosos precipicios.

Dorábala el sol en cuanto él asomábase al cielo, en los invernales meses, en el estío abrasador, en la otoñada en que tan meláncolico y suave nos envuelve en su vaho de oro, en el invierno cuando, rezongante el aquilón, arriesgábase a asomar entre nubes, rasgándolas, su faz amarillenta para que lo contemplásemos como un consuelo y una esperanza. 

(Fuente del texto: Herminio Madinaveitia - año 1944)  -  (Fuente de las fotografías: Lorenzo Elorza (ATHA) - Hacia 1900 / Internet) 

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