ANTES AHORA
El Palacio Augustin Zulueta, en la actualidad convertido en el Museo de Bellas Artes, destaca en Vitoria por su singular y centenaria belleza. Tanto es así, que sus jardines, sus sauces y sus escalinatas de piedra son destino habitual entre los recién casados de Vitoria para realizar los siempre exclusivos reportajes fotográficos de bodas. A pesar de sus cien años, el edificio luce con gran esplendor, y debido al fracaso de varias propuestas de reforma, la mansión se conserva tal y como fue originalmente planteada.
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Su construcción comenzó una vez que el matrimonio formado en 1905 por Ricardo Augustin y Elvira Zulueta, hija del acaudalado Julián de Zulueta, decidiese construirse un palacete en la zona noble del ensanche vitoriano, conocida como el Paseo de la Senda. Tras cuatro años de obras, entre 1912 y 1916, la mansión se convirtió en la residencia familiar de la pareja. Sin embargo, la prematura muerte de Elvira impidió a la vitoriana disfrutar de su palacete más allá de unos meses. En septiembre de 1917 la hija de Julián Zulueta murió a la edad de 46 años.
Tras la muerte de Elvira, el viudo, Ricardo Augustin (1875-1965), abogado natural de Ciudad Real con raíces alavesas, se ocupó de la administración de la herencia de su esposa, que había legado su fortuna a la iglesia. Uno de sus frutos de la herencia de los Zulueta fue la construcción del Seminario de Vitoria, a partir de 1926. Pero Augustin destacó más por su activo papel urbanista en la Vitoria de principios del siglo XX. A él se le debe el embocinamiento del río Avendaño, para el saneamiento de la zona del Prado, y por impulsar la construcción de varias casas en esta zona residencial. En 1941 se instaló en Madrid y vendió el palacio a la Diputación de Álava.
El matrimonio encomendó la construcción de su palacio a los profesionales más destacados del momento, entre ellos, el arquitecto vitoriano Julián de Apraiz (1876-1962) y el sevillano Javier de Luque (1871-1941), encargados también en aquella época de la construcción de la Catedral Nueva de Vitoria.
El palacio es un conjunto ecléctico, compuesto por elementos clásicos, renacentistas, góticos y de otros estilos. Destacan el mirador porticado de la fachada principal y la escalinata en la occidental. Un gran ventanal neogótico altera el ritmo de los ventanales que recorren todas las fachadas. Precisamente, este ventanal es el que arroja luz a la capilla privada interior, en la que se aprecia el toque religioso de la espiritual Elvira.
Las vidrieras cubren el hall de planta cuadrada, la escalera principal y la capilla. Para la decoración interior de la monumental mansión, contrataron a varios talleres locales y foráneos de renombre que emplearon materiales y acabados de gran calidad. La Casa Ibargoitia, de Vitoria, realizó los proyectos decorativos de varias habitaciones y el diseño de muebles y trabajos de ebanistería como los del recibidor y la sillería de la capilla.
Emplearon a artistas como los pintores Miguel Jiménez Martínez de Lahidalga y Clemente Arraiz, o el escultor Miquel Blay. También emplearon modelos del modernismo catalán que realizaron las rejas y partes metálicas del palacio. Del mismo modo, contrataron revestimientos cerámicos en sus paredes, obra de Juan Ruiz de Luna, y de Cerámica Alavesa de Salvatierra.
De arquitectura mestiza, un poco afrancesada, la mansión tiene un curioso origen. El capital con el que se construyó, procede de la herencia que Elvira recibió de su padre Julián de Zulueta, avezado comerciante que acumuló una gran fortuna en Cuba. Don Julián Zulueta y Amondo, Marqués de Álava, fue uno de los hombres más ricos de la isla caribeña, cuando todavía pertenecía a los dominios de España.
Julián nació en la localidad alavesa de Anucita, cercana a Pobes, en 1814 y llegó a ser uno de los personajes más influyentes de Cuba y con peso específico en España. El aldeano alavés, se convirtió en un terrateniente en Cuba, en alcalde de La Habana, hombre de peso en la política de ultramar española y uno de los hombres más ricos de su época.
El gran historiador Hugh Thomas en el libro La trata de esclavos le dedica las primeras palabras de la obra.
«Me interesó especialmente un vasco, Julián Zulueta, el último gran negrero de Cuba, si se me permite el adjetivo, y por tanto de las Américas, un hombre que comenzó desde muy abajo, comerciando con toda clase de mercancías en La Habana de los años 1830, y que a finales de la década siguiente era un hombre maldito en la mente y en los diarios de a bordo de las patrullas navales británicas que intentaban impedir la trata, pues Zulueta poseía en Cuba sus propias plantaciones de caña de azúcar, a las que llevaba, en rápidos clipers, a menudo construidos en Baltimore, cuatrocientos o quinientos esclavos, directamente desde Cabinda, en la orilla septentrional del río Congo.
(Fuente del texto: Sergio Carracedo) - (Fuente de las fotografías: Archivo Municipal / Internet)
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